Leyenda de Camagüebax y la Princesa Tínima

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Camagüebax y la princesa Tínima

Camagüebax era el cacique de su pueblo. Acogió con hospitalidad a unos extraños españoles, los trató cordialmente, con bondad, pero no se dio cuenta de la fingida actitud de aquellos extranjeros quienes terminaron asesinando al cacique. Su cuerpo fue arrojado desde la alta cima del Tuabaquey, en la serranía que se divisa al norte del que fue su cacicazgo.

Despedazado, quedó insepulto sobre la comarca que regó con su sangre. Desde entonces, esa tierra adquirió un color rojo en muchas leguas a la redonda y el alma del desventurado cacique venía todas las noches a la loma fatal, en forma de luz, anunciando a los descendientes de sus asesinos la venganza del cielo que tarde o temprano caería sobre ellos.

Pasó el tiempo y el lomerío comenzó a denominarse Sierra de Cubitas. Los cubiteros veían aparecer la luz en aquel paraje y también, todos los viajeros que no evitaban la noche en el tránsito entre la villa y el caserío. Desde que la aldea fue más visitada y adquirió importancia dejó de hablarse del fenómeno.

Hubo un erudito local del siglo XIX que atribuyó la aparición sobrenatural a un fruto de la ignorancia y su desaparición, a que las quemazones anuales de los campos habían consumido las materias que producían el fuego fatuo.

Tínima, la joven hija del cacique, fue obligada a desposarse con un conquistador brutal. Tanto sufrió que un día decidió, como los de su pueblo, morir. Para ello caminó por el río que también se llamaba como ella, cuyas aguas se abrieron para acogerla. Y varios siglos después se decía que cada tarde emergían de la corriente el llanto y la cabellera de la princesa.

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