Leyenda de la ermita de la Soledad

Avanzado el siglo XVII, un día legendario, una atestada carreta de bueyes, cuyo somnoliento conductor no lograba conjurar los efectos de la mala noche, ni la persistente llovizna, se quedó estancada en uno de los abundantes lodazales del barrio del Cascajal. Fueron congregándose los curiosos, porque en aquel pueblo cualquier incidente callejero se volvía noticia. Una fuerza misteriosa parecía retener allí a los animales.

Decidieron aligerar la carga para facilitar los movimientos. Poco después de empezar a quitar los pesados bultos, uno de ellos se cae al suelo. Lo abren y en su interior había una hermosa imagen de la Virgen de la Soledad. Se dice que entonces, algunos cayeron de rodillas ante ella y aseguraron que estaban presenciando un signo divino: la Señora quería que en ese sitio se le edificara una ermita.

Lo llamativo de este suceso es su casi exacta coincidencia con otro que tuvo lugar en Oaxaca, México, en el propio siglo XVII. En este caso fue una mula la que cayó desplomada y en uno de los huacales que traía se encontraba la imagen de la Virgen de la Soledad; en aquel lugar se levantó un templo y desde entonces Nuestra Señora de la Soledad es patrona de ese estado mexicano.

La ermita principeña se construyó con cierta dignidad a pesar de ser una sola nave de ladrillos, con techo de tejas. La devoción a esa advocación de la Virgen se extendió en el vecindario de modo tal que ya en el siglo XVIII era lugar muy concurrido y fue posible mejorar el templo. En 1776 se concluyó la obra con sus tres sólidas naves y diez altares. En 1801 el templo fue erigido en parroquia. Sus piedras contemplarían a lo largo de los años numerosos sucesos, entro ellos: el bautismo de la que llegaría a ser célebre poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda en 1814, el matrimonio de Ignacio Agramonte y Amalia Simoni en agosto de 1868, entre otros.

Además de la devoción a su patrona, que llegó a tener una procesión propia en la tarde del Viernes Santo, el templo centró desde el siglo XIX la devoción a la inmaculada Concepción.

Cada tarde después de las celebraciones en el templo, partía de allí una singular procesión compuesta solo por muchachas solteras, vestidas de blanco y con mantilla del mismo color, que llevaban a la cintura una banda azul celeste y popularmente se le llamaba a este cortejo “la procesión de las puras”.

La antigua imagen de la Virgen de la Soledad se conserva aún en el altar mayor. Es una figura pequeña, que tiene rostro, manos y cabello naturales, pero el cuerpo está formado por simples varillas, como sucede con muchas imágenes antiguas, que simplemente sirven para sostener los vestidos. En las grandes festividades se le colocaba un gran manto negro incrustado con hilos de oro, que fue encargado a unas monjas en Valladolid.

 

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